Las crisis son esenciales para la reproducción del capitalismo y
dentro de estas intentar superar sus desequilibrios, confrontarlos,
remodelarlos y reorganizarlos para crear una nueva versión de su núcleo
dinámico. El tema es si lo está logrando o no.
En medio de una crisis es difícil prever dónde puede estar la
salida, pues las crisis no son acontecimientos sencillos y la última gran
crisis capitalista dispone de una acumulación sin precedentes y una clara
ventaja sobre el mundo laboral en prácticamente todo el mundo.
Un poquito de historia. Las crecientes desigualdades en términos
de riqueza monetaria y de renta de la década de 1920 y la burbuja de los
activos del mercado inmobiliario, que explotó en 1928 en Estados Unidos,
presagiaban el colapso de 1929. De hecho, la forma de salir de una crisis
contiene en sí misma las raíces de la siguiente crisis. La crisis capitalista
arrastrada durante tanto tiempo que comenzó con el desplome de la bolsa de
1929, no se resolvió definitivamente hasta la década de 1950, después de que el
mundo pasara por la Gran Depresión de la década de 1930 y la consiguiente
carnicería y destrucción mutua de los principales países capitalistas en la
Segunda Guerra Mundial. Posteriormente, la crisis subsecuente que advirtió la
turbulencia en los mercados de divisas internacionales a fines de la década de
1960 y los acontecimientos de 1968 (Mayo francés, los conflictos en Chicago,
Ciudad de México y Bangkok) no se solucionó hasta mediados de la década de
1980, después de haber pasado, a principios de la de 1970, por el colapso del
sistema monetario internacional establecido en 1944 en Bretton Woods, por una
década turbulenta de luchas laborales (la de 1970) y por el ascenso y la
consolidación de las políticas del neoliberalismo bajo la égida de Reagan
(EEUU), Thatcher (Inglaterra), Helmut Khol (Alemania), Pinochet (Chile) y Deng
Siao Ping en China.
Entonces
podemos decir que las crisis sacuden hasta la médula nuestras concepciones
mentales y nuestra posición en el mundo. Y todos nosotros, participantes activos
o pasivos del mundo nuevo que emerge luego de una crisis, tenemos que
adaptarnos al nuevo estado de cosas mediante la coerción o el consentimiento,
aunque añadamos nuestro granito de arena al estado calamitoso del mundo a causa
de lo que hacemos y de cómo pensamos y nos comportamos.
De hecho, tenemos que saber y no olvidar que la forma de salir de
una crisis contiene en sí misma las raíces de la siguiente crisis. Por ejemplo,
la financiarización global que se asentó en el hiperendeudamiento y
prácticamente sin regulaciones que se inició en la década de 1980 como una
manera se confrontar los conflictos con la clase obrera y el movimiento de
masas, tuvo como resultado (al facilitar la movilidad y la dispersión
geográficas del capital, con entrada y salida prácticamente sin restricciones
del capital), la caída del banco de inversiones Lehman Brothers el 15 de
septiembre de 2008, que fue la chispa que desencadenó los colapsos financieros
en cascada de grandes bancos y financieras que dio inicio a la actual crisis
mundial.
Si el pasado sirve de algo, sería necio esperar ahora indicaciones
claras sobre qué aspecto tendría un capitalismo revitalizado (si es que tal
cosa fuera posible), pero ya deberíamos contar con diagnósticos concurrentes
sobre lo que está mal y con una proliferación de propuestas para enmendar las
cosas. Lo que sorprende, hoy en día, es la penuria de teorías o estrategias
políticas que expliquen y confronten al capital en todo el mundo. La némesis
del sistema capitalista se encuentra debilitada al extremo por el momento.
Debido a ello, sea cual sea la estrategia política que se siga, el
resultado sigue favoreciendo al club de los multimillonarios que constituye
ahora una plutocracia cada vez más poderosa tanto a escala nacional como planetaria
(Ejemplo: caso de Rupert Murdoch).
Los cien multimillonarios más ricos del mundo (de China, Rusia,
India, México e Indonesia, tanto como de los centros tradicionales de riqueza
de América del Norte y Europa) añadieron 240 millardos de dólares a sus arcas
solo en 2012 (suficiente, calcula la Oxfam, para terminar con la pobreza
mundial de un día para otro).
En comparación, en el mejor de los casos, el bienestar de las
masas y sociedades enteras se estanca, o más probablemente se degrada de manera
acelerada o incluso catastrófica (como en Grecia y España y otras naciones).
Desde su fundación (1694 en el caso británico), el papel de los
bancos centrales ha sido proteger y rescatar a los banqueros y no el ocuparse
del bienestar de la gente. El hecho de que Estados Unidos haya podido salir
estadísticamente de la crisis en el verano de 2009 y de que las bolsas, casi en
todas partes, hayan recuperado sus pérdidas, ha sido consecuencia directa de
las políticas de la Reserva Federal. ¿Augura esto un capitalismo global
dirigido por la dictadura de los bancos centrales del mundo cuya misión
principal es proteger el poder de los bancos y los plutócratas? Es una tendencia
o una posibilidad, aunque no una certeza porque el ajedrez mundial no ha
entrado en jaque mate.
Las fuerzas de la izquierda tradicional (partidos políticos y
sindicatos) se han demostrado claramente incapaces de organizar una oposición
sólida contra el poder del capital, a pesar del heroísmo de muchas de sus
luchas. Han sido derrotadas tras treinta años de ataques ideológicos y
políticos por parte del sistema, es decir, la derecha, la reacción y sus
agentes, mientras el socialismo continúa su descrédito sobretodo por la
furibunda guerra propagandística de la superioridad del capitalismo y el ‘fin
de la Historia’. El colapso estigmatizado del comunismo realmente existente y
la «muerte del marxismo» después de 1989 pusieron las cosas peor todavía. Lo que
queda de la izquierda radical o mejor aun, revolucionaria, actúa ahora
mayoritariamente fuera de los canales de la oposición organizada o
institucional, esperando que las acciones a pequeña escala y el activismo
local puedan a la larga converger en algún tipo de gran alternativa
satisfactoria.
Irónicamente, hoy en día, aparece un sector de esta izquierda, que
acoge una ética antiestatista libertaria e incluso neoliberal, alimentada
intelectualmente por pensadores como Michel Foucault y todos los que han vuelto
a juntar los fragmentos posmodernos bajo el estandarte de un posestructuralismo,
en gran medida incomprensible, que favorece las políticas identitarias y se
abstiene de los análisis de clase. Esto es consecuencia de la influencia
negativa de esa guerra ideológica capitalista desatada desde fines de la década
de los años 80.
Los puntos de vista y acciones autónomos, anarquistas y localistas
abundan por doquier, pero dado que este sector de la izquierda quiere cambiar
el mundo sin tomar el poder, la clase capitalista plutócrata, cada vez más
consolidada, se mantiene incólume sin que se desafíe su capacidad de dominar el
mundo ilimitadamente. La clase gobernante luego de la crisis global (2007-08)
se apoya en un Estado de seguridad y vigilancia que no duda en la utilización
de la policía e incluso el ejército para aplastar cualquier tipo de disidencia
en nombre de una supuesta lucha antiterrorista. Nueva muletilla globalizada del
sistema para debilitar las resistencias.
Para casi todo el mundo es evidente que el motor económico del
capitalismo está pasando por dificultades graves. Avanza a bandazos entre
chisporroteos que amenazan con una parada en seco o explosiones episódicas sin
previo aviso aquí y allá. Las señales de peligro aparecen a cada paso junto con
los pronósticos ficticios de una vida plena para todos en algún punto del
camino. Nadie parece comprender de manera coherente el cómo, no digamos ya el
porqué, de que el capitalismo esté en un momento tan malo. Sin embargo, esto
siempre ha sido así, es recurrente. Las crisis mundiales han sido siempre,
como Marx dijo una vez: «la concentración real y el ajuste forzoso de todas las
contradicciones de la economía burguesa»:
“En
las crisis del mercado mundial se revelan aparatosamente las contradicciones y
antagonismos de la producción burguesa. En lugar de investigar cuáles son los
elementos contradictorios que entrechocan, los apologetas se contentan con
negar la catástrofe misma y se obstinan en afirmar, frente a su periodicidad
regular, que si la producción tuviese lugar según prevén los manuales, nunca se
darían crisis. La apologética se resume pues en el falseamiento de las
relaciones económicas más simples y especialmente en sostener la unidad frente
a la contradicción”. Karl Marx, Teoría de la Plusvalía, tomo 2, p. 500.
Las contradicciones no son siempre rotundamente malas y evidentemente
no se trata de sugerir connotaciones automáticamente negativas. Pues las crisis
pueden constituir y de hecho son una fuente fecunda de cambio social y personal
de la que las personas y sociedad pueden salir mucho mejor que antes de la
crisis. No es verdad que siempre sucumbimos en las crisis y nos perdemos en
ellas. De hecho, podemos utilizarlas creativamente. Una contradicción puede ser
con frecuencia la «madre de una invención», la llave de una vida y mejor futuro.
Sin embargo, dentro del sistema actual y con sus poderes intactos,
las contradicciones tienen la desagradable costumbre de no ser resueltas sino
simplemente desplazadas. Observemos bien este principio, porque aparece una y
otra vez.
Las contradicciones del capital han generado a menudo
innovaciones, muchas de las cuales han mejorado la calidad de la vida
cotidiana. Cuando las contradicciones dan lugar a una crisis del capital, una
crisis profunda seria, como la actual, pueden propiciar o generar momentos de
«destrucción creativa». Rara vez sucede que lo que se crea y lo que se destruye
esté predeterminado y menos aún que todo lo que se crea sea malo y todo lo que
era bueno resulte destruido, y rara vez se resuelven totalmente las
contradicciones. Las crisis son momentos de transformación en los que el
capital intente reinventarse a sí mismo o transformarse en algo diferente,
revolucionario, convertirse en una luz o faro para la humanidad. Pero las
crisis son también momentos de peligro cuando la reproducción del capital se ve
amenazada por las contradicciones subyacentes y cuando el capital utiliza los
peores factores para luchar por su sobrevivencia.
Marx nos advirtió que la tarea consiste en transformar el mundo
más que en entenderlo o interpretarlo; pero enjuiciando la totalidad de sus
escritos hay que reconocer que dedicó infinitas horas en la biblioteca del
Museo Británico a la tarea de entender el mundo. Y creemos que fue así, por una razón muy simple,
la que se suele expresar bajo el término «fetichismo». Con ese término Marx se
refería a las diversas máscaras, disfraces y distorsiones de lo que sucede
realmente en el mundo que nos rodea. «Si todo fuera tal como parece
superficialmente –escribía– no habría ninguna necesidad de ciencia». Para
poder actuar coherentemente en el mundo tenemos que indagar bajo las
apariencias superficiales, ya que estas suelen inducir a una actuación con
resultados desastrosos.
Los profesionales de la medicina reconocen igualmente que existe
una gran diferencia entre los síntomas y las causas subyacentes, habiendo
transformado, con gran esfuerzo, su comprensión de las diferencias entre
apariencias y realidades en el arte especializado del diagnóstico médico.
Así, Marx quería generar el mismo tipo de comprensión profunda en
lo que se refiere a la circulación y acumulación del capital, por debajo de las
apariencias superficiales que disfrazan la realidad subyacente. El acuerdo o
desacuerdo con sus diagnósticos específicos no es lo que nos importa ahora
(aunque sería estúpido no tener en cuenta sus descubrimientos), sino reconocer
la posibilidad general de que a menudo atendamos a los síntomas más que a las
causas subyacentes y de tener que desenmascarar lo que sucede verdaderamente
bajo múltiples capas de apariencias superficiales a menudo engañosas.
La contradicción entre realidad y apariencia es con mucho la más
general y difundida que tendremos que afrontar al tratar de desvelar las
contradicciones más específicas del capital. A cada paso nos esperan
mistificaciones y máscaras.
El
racismo y las discriminaciones de género se mantienen desde hace mucho tiempo y
es evidente que la historia del capitalismo está intensamente plagada de racismo
y es generalizada. Cualquiera podría entonces preguntarnos por qué no se incluyen
las contradicciones de raza o de género (junto a muchas otras, como el
nacionalismo, la etnicidad y la religión) como fundamentales en este estudio de
las contradicciones del capital. La respuesta más breve e inmediata es que,
aunque sean omnipresentes en el capitalismo, no corresponden específicamente a
la forma de circulación y acumulación que constituye el motor económico del
mismo.
Eso no significa
en absoluto que no tengan ningún efecto sobre la acumulación de capital o que
esta no les afecte (quizá sería mejor decir «infecte») igualmente o las explote
activamente. El capitalismo ha impulsado claramente en varias épocas y lugares el
racismo, por ejemplo, hasta el extremo de los horrores de los genocidios y los
holocaustos vividos por la humanidad. El capitalismo contemporáneo simplemente
aprovecha las discriminaciones y la violencia de género, así como la frecuente
deshumanización de la gente de color. Las intersecciones e interacciones entre
racismo y acumulación de capital son muy evidentes y están poderosamente
presentes, pero un examen de esas cuestiones no nos dirá particularmente nada
sobre cómo funciona el motor económico del capital, por más que identifique una
de las fuentes de donde extrae su energía.
Entonces podemos
afirmar que no todo lo que sucede en el capitalismo es obra de las
contradicciones del capital, pero sí podemos discernir las contradicciones
internas del mismo que han generado la reciente crisis mundial del sistema
económico actual.
Utilicemos una
metáfora para explicarnos. Un gran buque que surca el océano es un lugar
particular y complicado donde tienen lugar distintas actividades, relaciones e
interacciones sociales. Distintas clases, géneros, etnias y razas interactúan
en formas a veces amistosas y otras violentamente conflictivas mientras
transcurre el crucero. Los empleados, desde el capitán hasta el último grumete,
están jerárquicamente organizados y algunos grupos (por ejemplo, los camareros
que atienden a las cabinas) pueden estar enfrentados con sus supervisores y
molestos con la gente a la que supuestamente deben servir. Podemos aspirar a
describir en detalle lo que sucede en la cubierta y en las cabinas de ese navío
y por qué. Pueden estallar contiendas entre los pasajeros de distintos puentes,
aislándose los más ricos en los superiores para jugar una partida infinita de
póquer y redistribuir la riqueza entre ellos, sin prestar ninguna atención a lo
que sucede más abajo. Sin embargo, en la sala de máquinas de ese barco se
alojan sus calderas y compresores, un potente motor que funciona día y noche
proporcionándole energía que le permite desplazarse por las aguas marinas.
Todo lo que sucede en esa nave depende de que ese motor siga funcionando. Si se
estropea o estalla, el barco dejará de navegar.
Las
interpretaciones erróneas conducen casi siempre a políticas erróneas cuyo
resultado será profundizar más que aliviar las crisis de acumulación y la
miseria social que se deriva de ellas. Se trata, de un serio problema en la
totalidad del mundo capitalista actual: políticas erróneas basadas en una
teorización errónea agravan las dificultades económicas y exacerban los
trastornos sociales y la miseria resultante. Es lo que constatamos con las
aparentemente nuevas políticas de sectores de izquierda que no son sino tibios
y pobres intentos de combatir el capital y su democracia.
Necesitamos
entonces una mejor comprensión de las contradicciones del capital, más
que del capitalismo. Saber cómo funciona el motor económico del capitalismo,
por qué funciona como lo hace, y por qué podría tambalearse, detenerse y
eventualmente estar a punto del colapso.
Existen contradicciones que son fundamentales porque el capital simplemente
no podría existir ni funcionar sin ellas. Todas ellas están entrelazadas de tal
modo que hacen imposible modificar sustancialmente cualquiera de ellas, y menos
aún abolirla, sin modificar seriamente o abolir las otras. Cuestionar el papel
dominante del valor de cambio en el suministro de un valor de uso como la
vivienda, por ejemplo, supondría cambiar la forma y el papel del dinero y
modificar, si no abolir, el régimen de derechos de propiedad privada que tan
bien conocemos.
Cuando los contagios se multiplican y amplían (como sucedió claramente
en 2007-2009), entonces se produce una crisis general, algo muy peligroso para
el capital y que crea oportunidades para una lucha anticapitalista a escala de
todo el sistema. Por eso es tan importante un análisis de las contradicciones
capaces de generar tales crisis generales.