Sólo el marxismo puede hacer
entender la situación del arte y la cultura en América Latina hoy.
Cualquier
debate sobre la cuestión del arte y la cultura hoy en Brasil y el conjunto de
América Latina debe partir del hecho de que el control e injerencia del
imperialismo sobre la estructura política y económica de los países
latinoamericanos fue generando, tal vez en un ritmo un poco más lento, más no
por ello menos profundo, alteraciones estructurales también en el modo de
producción cultural de estos países.
No es
posible entender la situación de la cultura en los países de América Latina sin
tener en cuenta la penetración imperialista. En las Tesis de fundación de la IV
Internacional, escritas en 1938, Trotsky ya resaltaba el lugar de América
Latina como una de las principales esferas de influencia del imperialismo
norteamericano. “Ellos proclamaron su
intención de mantener esa hegemonía contra la intromisión de los imperialismo
europeo y japonés. La forma política de esa proclamación fue la Doctrina Monroe
que, desde el inicio de una política claramente imperialista al final del siglo
XXI, viene siendo interpretada por todas las administraciones de Washington
como el derecho del imperialismo norteamericano una posición dominante en los
países de América Latina previamente a la conquista de ser su explotador
exclusivo”.
Lenin ya
demostró que en su fase imperialista el capitalismo se transformó en un sistema
universal de dominación colonial y estrangulamiento financiero de la inmensa
mayoría de la población del planeta por un puñado de países “adelantados”, por
medio de los monopolios y los grandes bancos. Una cultura no podría salvarse o
ser inmune a este contexto.
En la
historia de las relaciones entre los Estados Unidos y los países
latinoamericanos, las cuestiones culturales nunca fueron obviamente, las más
importantes, pero siempre estuvieron presentes y fueron tratadas como
indispensables a la manutención de la hegemonía del imperialismo norteamericano
en el hemisferio. Como dice Octavio Ianni “Ellos
reconocieron que una ‘industria del conocimiento’, un ‘frente ideológico’ y una
‘conquista de las mentes’ era fundamental para la consolidación y extensión de
su hegemonía” (Imperialilsmo y Cultura)
Durante la Guerra Fría la política cultural del imperialismo se tornó más agresiva delante de la necesidad de contraponerse a la idea del socialismo, que reflejaba la onda revolucionaria que recorría por el mundo, a pesar del dominio burocrático de la URSS. La ingerencia del Banco Mundial fue decisiva. Creado en 1944 en la Conferencia de Bretton Woods para la reconstrucción de los países devastados por la Segunda Guerra (1939-45), esta banca pasó a financiar proyectos destinados a la infraestructura económica, de energía y transporte en América Latina y África como una manera del imperialismo económico de ampliar sus áreas de influencia. Eso fue particularmente intenso en la década del 70, en la gestión de Robert McNamara (1968-81), ex secretario de Defensa y uno de los responsables por la guerra contra Vietnam.
Durante la Guerra Fría la política cultural del imperialismo se tornó más agresiva delante de la necesidad de contraponerse a la idea del socialismo, que reflejaba la onda revolucionaria que recorría por el mundo, a pesar del dominio burocrático de la URSS. La ingerencia del Banco Mundial fue decisiva. Creado en 1944 en la Conferencia de Bretton Woods para la reconstrucción de los países devastados por la Segunda Guerra (1939-45), esta banca pasó a financiar proyectos destinados a la infraestructura económica, de energía y transporte en América Latina y África como una manera del imperialismo económico de ampliar sus áreas de influencia. Eso fue particularmente intenso en la década del 70, en la gestión de Robert McNamara (1968-81), ex secretario de Defensa y uno de los responsables por la guerra contra Vietnam.
Las
dificultades de la guerra, la amenaza de una onda revolucionaria que recorría
el mundo y un creciente sentimiento antinorteamericano en los países coloniales
y semi-coloniales imponía la revisión de su estrategia imperialista. Entonces
el Banco Mundial pasa a crear programas para atender necesidades de las
poblaciones “necesitadas”, más propensas al “comunismo”, por medio de escuelas
técnicas, programas de salud y control de la natalidad. Muchos de esos
programas tenían como objetivo a las mujeres, ya que el Banco Mundial
consideraba que el crecimiento demográfico en los países periféricos se
convertía en un impedimento para una mejoría en las condiciones de vida, y por
ello era preciso reducir las tasas de fecundidad, ampliando el acceso de las
mujeres a la educación.
En 1961,
una conferencia en Punta del Este tuvo un punto específico sobre las relaciones
culturales EEUU-AL y fue aprobada una resolución “recomendando” que los países
latinoamericanos adopten programas decenales de educación, siguiendo las
directrices impuestas por el Departamento de Estado norteamericano. Es
interesante señalar que en esa Conferencia fueron adoptados programas comunes
entre EEUU y América Latina para hacer frente a las repercusiones de la
victoria de la revolución en Cuba. Por lo tanto, todo lo que fue aprobado allí
tenía ese carácter, el de alertar a las burgues´+ias latinoamericanas contra
las amenazas de “subversión comunista”. Los EEUU asumieron la gestión de
negocios relativos a la educación, la ciencia y la cultura en los países
latinoamericanos, áreas que, a pesar de ser complejas y dispendiosas, son
claves para la dominación colonial. Como dice Eduardo Galeano, “cada vez que el imperialismo exalta sus
propias virtudes, conviene revisar sus bolsillos”.
La industria cultural del imperialismo
Durante ese periodo ocurrió un salto de la fabricación industrial de la cultura y la transformación de todo objeto artístico en mercadería. ¿Y cuál fue el resultado? La Historia dio su veredicto. Nada de eso tiene que ver con lo que dicen los autores de best-sellers surgidos en los últimos tiempos que exaltan la “aldea global”, como Alvin Tofler “la buena nueva de una sociedad feliz, marcada por la exuberancia de la técnica y la comunicación de los hombres en una consciencia planetaria”. Para los países coloniales y semi-coloniales, esa sociedad feliz nunca estuvo más distante, porque ese proceso ocurrió durante los años 80, con la crisis de la dueda externa y la introducción de las políticas neoliberales que profundizaron el abismo entre las clases y la desigualdad en el acceso a los bienes culturales.
Durante ese periodo ocurrió un salto de la fabricación industrial de la cultura y la transformación de todo objeto artístico en mercadería. ¿Y cuál fue el resultado? La Historia dio su veredicto. Nada de eso tiene que ver con lo que dicen los autores de best-sellers surgidos en los últimos tiempos que exaltan la “aldea global”, como Alvin Tofler “la buena nueva de una sociedad feliz, marcada por la exuberancia de la técnica y la comunicación de los hombres en una consciencia planetaria”. Para los países coloniales y semi-coloniales, esa sociedad feliz nunca estuvo más distante, porque ese proceso ocurrió durante los años 80, con la crisis de la dueda externa y la introducción de las políticas neoliberales que profundizaron el abismo entre las clases y la desigualdad en el acceso a los bienes culturales.
Hubo un
salto en el proceso de recolonización de América Latina, con un aumento inédito
de la penetración del capital extranjero y la desnacionalización de las
economías latinoamericanas. En la revista Marxismo Vivo, refiriéndose a ese
proceso de recolonización de américa Latina, José Welmovick señala que “De conjunto la ofensiva recolonizadora
trata de transformar la burguesía nativa de socia menos del imperialismo en
gerente de empresas de este, en el sentido de que ya tiene su lucro de las
cuotas de plusvalía que pertenecen a los inversores extranjeros y, en el mejor
de los casos, administran la propiedad de otros y no las suyas. La ofensiva
recolonizadora trata también de transformar los gobiernos e instituciones en
títeres del imperialismo, en sus administradores coloniales”.
Como
expresión de la ausencia de un proyecto nacional desarrollista y la conversión
de las burguesías nacionales en gerentes de las empresas extranjeras, ese
proceso implicó igualmente la ausencia de un proyecto de construcción de una cultura
nacional. E igualmente, la “aldea global” no significó un espacio común para el
contacto entre las diferentes culturas nacionales como conformación de una
cultura universal. Lejos de eso, sobre bases capitalistas e impuestas por el
imperialismo, el resultado fue la homogenización, una cultura estandarizada,
nivelada hacia abajo y puesta al servicio precisamente del proceso de
recolonización.
La ola de
privatizaciones alcanzó a empresas que, bien o mal. Invertían en la cultura. La
reducción del papel del Estado en áreas públicas fundamentales como la escuela,
la salud y la cultura abrió espacio para la invasión del capital privado. En el
artículo “adiós a las ilusiones de autonomía del arte” Ina Camargo Costa Señala
que con Tatcher en Inglaterra y Reagan en EEUU, durante los años 80 “Las grandes corporaciones multinacionales
direccionaron sus tentáculos hacia el negocio del arte, especialmente en el
‘gran arte’. Aquella década vio el poder del dinero corporativo pautando la
arena cultural en una escala hasta entonces desconocida. El arte pasó a ser
objeto de demanda no sólo como una inversión financiera, sino también como un
instrumento de propaganda institucional por un sector que hasta entonces era
visto como un enteramente ignorante del asunto e indiferente a él”.
Se quebró
así mismo la concepción burguesa de que el acceso a la cultura es un derecho
democrático de todos los ciudadanos. Salen los artistas, entran los hombres de
negocios. Bancos y corporaciones señalan sus propios curadores, atribuciones
antes restringidas a museos y galerías de arte públicos. Se forman sus propios
departamentos de arte o transforman las galerías y museos en vehículos propios
de relaciones públicas. A tal punto que hoy el sello de calidad de una obra
artística es dado por el número de logotipos de empresas que imprime en su
material de divulgación.
El
patrocinio cultural fue la gran jugada que vino junto a la llamada
responsabilidad social. Estudios de “Business for Social Responsability”,
organización creada en 1992 en los EEUU indican que las empresas con mayor
grado de responsabilidad social son, a largo plazo, las más lucrativas.
La IBM,
ya en 1983, lanzó un proyecto, Encuentro Marcado con el Arte, que consistía en
llevar escritores a las universidades para hablar a los alumnos. Al mismo
tiempo comenzó a patrocinar proyectos en teatro, danza y música como el Ballet
Bolchoi, Jazz de Montreal, All Star Gala y Montreal Street Dance Chicago. En
1999 implementó el proyecto Nuevo Canto en el cual artistas renombrados participaban
en shows de lanzamiento de un nuevo talento de la MPB, reforzando la asociación
entre marca e innovación. El Banco de Boston utiliza la música erudita como
marketing vía los Conciertos BankBoston creados en 1992, viene ocurriendo año a
año por medio de asignaturas pagadas y conciertos gratuitos. Además de poder
comprar suscripciones de antemano, los depositantes bancarios tienen un
descuento sobre su precio. En el caso de la Fiat su público objetivo son los
jóvenes. Para ello creo en 1997 el programa Fiat para los jóvenes para reforzar
la imagen de jovialidad de la empresa y de sus productos en Brasil. Altas sumas
de dinero son destinadas a esos proyectos. El presupuesto medio anual del
programa cultural del Bank Boston es de 1 millón de dólares. La Coca Cola
invierte fuerte desde 1990 en el área de educación, destinando más de 100
millones de dólares para proyectos educacionales en varios países del mundo,
incluido el Brasil.
Microsoft,
Nokia, Intel, Disney, McDonald’s, AT&T y Ford son otras multinacionales que
invierten en cultura en toda América Latina, sobretodo en Brasil. La Ford, por
medio de Ford Fundation patrocina las artes y proyectos educacionales buscando
“identificarse con la comunidad”, al mismo tiempo que ejerce una persecución sistemática
contra los activistas sindicales y no duda en despedir
a los obreros durante la crisis.
La retórica de Ford no condice con sus acciones: “A medida que nos esforzamos
por ser un líder colaborador
en la búsqueda de un mundo más sostenible, la ciudadanía corporativa se ha
convertido en una parte integral de todas las decisiones y acciones que tomamos. Creemos que la ciudadanía corporativa se demuestra
en lo que somos como empresa, tales como conducimos
nuestro negocio y cómo cuidamos por nuestros empleados y la manera en cómo interactuamos con nuestro mundo en general.es
nuestra aspiración estar entre las empresas más respetadas, admiradas y
confiables de todo el mundo”
Shell ha estado en Brasil desde hace más de 80 años y hace 50 actúa en
el ámbito de la cultura. "Esta unión
de la empresa con la actividad artística produce resultados innegables. No es
que Shell se basa en este tipo de iniciativa para vender sus productos, pero al
igual que cualquier otra empresa, tiene que ser bien visto, tienen una imagen
amistosa entre la población. El apoyo a la cultura contribuye en gran medida para
que la imagen de la empresa sea positiva". (João Madeira, Gerente de
Comunicación). Mientras tanto, Shell no está muy preocupada con la defensa o
preservación del medio ambiente, sino no sería una de las empresas que más
polución que últimamente hubo dos escándalos que involucraban a Shell y que
fueron ampliamente divulgados: el envenenamiento del agua en Paulina, una
región de Campinas, Villa Carioca, en Sao Paulo, provocando inclusive la muerte
de adultos y niños.
El arte
también sirvió para darle un rostro “más humano” al proceso de privatización de
las empresas estatales durante los años noventa. La privatización de telefonía
que pasó a manos de la española Telefónica, que sólo en 1999 invirtió cinco
millones de reales en proyectos culturales y se hizo conocida en poco tiempo,
patrocinando exposiciones que han tuvieron apoyo de los medios de comunicación, tales como Picasso, Esplendores de España, Raoul Dufy, y de Picasso ll Barceló. Fue el caso también del Banco Santander en Porto Alegre
para promover actividades culturales y artísticas. En esos casos específicos el
arte ayudó a viabilizar una política de apropiación de empresas estatales que
dejó en la calle a millones de trabajadores en Brasil y en toda América Latina.
White Martin recibió el premio en 1997 “Patrono de la Cultura de Brasil conferido
por el Ministerio de Cultura por los servicios prestados al "rescate"
de nuestra cultura. De acuerdo con la revista Marketing Cultural, la empresa,
que invierte en proyectos culturales desde la época de la Ley Sarney, logró
remontar en términos de imagen que habría costado un 50% más que el total
invertido en los proyectos.
En esa relación promiscua entre capital y cultura, las empresas escogen
el tipo de proyecto que va a patrocinar. Y con eso el arte que más se reproduce
hoy es aquello hecho a imagen y semejanza de la burguesía y de sus valores. No
es difícil ver gerentes de empresas opinando y decidiendo sobre el arte, rechazando
este o aquel tema controversial o interfiriendo en escenas de piezas teatrales
cubriendo el espacio de una exposición fotográfica con logotipos, transmitiendo
largos anuncios antes del inicio de una pieza teatral o insertando fragmentos
de difusión de sus productos en películas u otras obras.
Los
artistas y productores culturales pasarán a vivir en función de las empresas.
El modelo para las actividades culturales sigue estrictamente los planes
promocionales de las empresas de promoción de ventas. 1) ¿El proyecto genera sinergia con la campaña publicitaria? 2) ¿Qué
cantidad de publicidad es prevista en el proyecto? 3) ¿Hay flexibilidad para
implementar promociones asociadas? 4) ¿Cómo podrían ser generadas actividades
promocionales que refuercen el mensaje del patrocinio del proyecto y la
asociación del proyecto a nombre de la
empresa? 5) ¿Tendrá participación de personalidades relacionadas al tema
propuesto?
En fin,
son requisitos que la mayoría de las veces son encajan con el proyecto,
entonces el artista acaba haciendo adaptaciones para poder recibir
financiamiento. Esa práctica ya está tan extendida que viene sirviendo de
modelo para todo tipo de proyecto cultural, inclusive para aquellos que
requieren fondos públicos, o sea, las empresas y bancos están reestructurando
el área cultural según su imagen y semejanza.
Además
del retorno en imagen, las empresas que patrocinan las artes son tratadas como
beneméritas. El arte dignifica lo que es indigno: el capital, la explotación
del trabajador, el saqueo de las riquezas, el lucro desmedido, en fin, todos
los males del capitalismo son “perdonadas” cuando se recubren del aura de una
sinfonía de Mozart, por los colores vibrantes de una pintura de van Gogh, con
las formas inusitadas de un Picaso o el ritmo alucinante de una banda de rock.
En
Defensa de la Cultura
Cuando en los años 50, los teóricos de la escuela de
Frankfurt denunciaron la industrialización de la cultura por el capitalismo,
Theodor Adorno dice que era preciso enfrentar ese proceso y que “la lucha contra la cultura de masas sólo
podría ser llevada adelante si mostraba la conexión entre la cultura masificada
y la perspectiva de la injusticia social”.
Predominan
en el área de la cultura hoy, las relaciones monopolistas, con grandes
compañías repartiéndose entre sí las áreas de influencia –Ford en educación,
IBM y Bank Boston en la música erudita, Telefónica en las artes plásticas,
Petrobras en el cine y el teatro. Esas áreas son controladas por una oligarquía
financiera que reparte las cartas e impone las reglas de juego, forma sus
lobbies en el congreso, tiene sus políticos de confianza y presiona al gobierno
para cambiar las leyes de patrocinio de acuerdo con sus intereses del momento.
Tenemos, por otro lado, la transformación del arte en su opuesto. De expresión de emociones de liberación o, lo que es lo mismo, de concientización humana, el arte viene siendo usado para encubrir la explotación la opresión y la dominación de los pueblos.
Tenemos, por otro lado, la transformación del arte en su opuesto. De expresión de emociones de liberación o, lo que es lo mismo, de concientización humana, el arte viene siendo usado para encubrir la explotación la opresión y la dominación de los pueblos.
Esa
relación cada vez más íntima entre cultura y empresa, entre arte y capital, dio
origen a todo tipo de interpretación. Algunos ven la industria cultural como
progresiva, porque sería una manera de democratizar el arte, la población
pasaría de este modo a tener amplio acceso a la cultura apoyada por los avances
tecnológicos. Otros hablan de mundialización de la cultura, ya no más en el
sentido de internacionalización o cultura globalizada, pero un fenómeno social
total que impregna el conjunto de manifestaciones culturales, una totalidad
cultural. Hoy nosotros no tendríamos más una sumatoria de culturas nacionales,
pero sí una totalidad, una cultura mundo, una cultura industrializada. “Una cultura mundializada corresponde a una
civilización cuya territorialidad se globalizó” dice Renato Ortiz.
A pesar
de reconocer que la fabricación industrial de la cultura (películas, series de
TV, etc.) y la existencia de un mercado mundial exigen un patrón o
estandarización de los productos. Ortiz (*) no ve aquí una homogenización, una
estandarización porque continuará habiendo un espacio para todos “Una civilización promueve un patrón
cultural sin con esto implique la uniformización de todos”.
Esta
concepción que está muy arraigada hoy en día, da a entender que hoy tenemos una
mundialidad cultural, como sinónimo de unidad, como si la cultura fuese neutra
y pudiese ser vista separada de sus condiciones materiales de producción
aislada de las relaciones entre las clases., en verdad la industria cultural
funciona como una tentativa de neutralizar la lucha de clases, de apagar la
diferencia entre ellas, como si fuese un vínculo que une a todas las personas,
independientemente de su ubicación social. Todos ven las mismas novelas en la
Tv, compran los mismos cuadros o escuchan los mismos discos. Y con eso se
profundiza la diferencia entre la sofisticación tecnológica en el área cultural
y la miseria cada vez más generalizada entre las masas.
Crecen los sectores marginalizados de todo, igualmente los miserables productos de la industria cultural. Se profundizan las discriminación contra los negros, los inmigrantes, las mujeres, los homosexuales.
Lo que
tenemos de verdad es una degradación generalizada del arte y una subordinación
total de la cultura por el capital. Si esto es grave en el mundo entero, más
grave todavía lo es en países oprimidos y saqueados por el imperialismo. En la
cultura se manifiesta también el carácter de clase. La decadencia de la
creación artística es inseparable del progreso de la civilización burguesa,
dice Marx. Todo lo que es necesario y progresivo para el establecimiento de una
cultura verdaderamente humana –romper con el aislamiento entre los pueblos para
que la producción cultural de un país se vuelva patrimonio común de todos- se
vuelve contra la cultura. Bajo la dominación imperialista, esa supuesta
mundialización de la cultura termina siendo un remedo de la cultura-mundo, una
caricatira de aldea global porque está asentada sobre la opresión de los
pueblos, el analfabetismo de millones de personas, mantenidas en la ignorancia
y alienación sobre su verdadera condición humana.
La cultura y la necesidad de la
revolución socialista
Como Marx debemos tener una visión de la cultura
estrechamente vinculada al proceso de la revolución socialista y percibir que
la disparidad entre la situación de la cultura en el capitalismo y las enormes
posibilidades abiertas a ella por el desarrollo de las fuerzas productivas de
la sociedad se debe a las contradicciones del “período burgués de la historia”
como dijo Marx.
Esa situación torna imperiosa la lucha de los
artistas en defensa del arte y de la democratización de la cultura como una
lucha contra el imperialismo, contra los efectos de la recolonización de
nuestros países, contra los monopolios y las políticas frentepopulistas de
gobierno. Ya en los años 30, el gran dramaturgo alemán Bertold Brech llamaba la
atención de los artistas para esa necesidad
“Los grandes engranajes orientan la creación artística según sus propios
criterios. Pero entre los intelectuales persiste la ilusión de que ellas quieren
la valorización de su trabajo y, lejos de ejercer influencia sobre ese
fenómeno, juzgado como algo secundario, deja que ellos orienten su trabajo”Esa
falta de visión de los compositores, escritores y críticos tiene enormes
consecuencias y a las cuales se les presta generalmente poca atención.
Convencidos de poseer lo que realmente tienen, defienden un aparato o engranaje
que no existe como creen, al servicio de los creadores, pero que, por el
contrario, se vuelve contra ellos y por lo tanto contra su propia creación. El
trabajo de los creadores no es más que la obra de proveedores y asistimos al
nacimiento de una noción de valor cuyo fundamento es la capacidad de
explotación comercial”.
Esa lucha de los artistas debe ser parte de la lucha
de toda la clase trabajadora en defensa de la cultura, no sólo en defensa del
empleo y del salario. Su lucha económica tiene que ir asociada a la lucha
política y cultural, porque la dominación cultural por parte del imperialismo
es parte integrante de la explotación económica de la clase trabajadora.
Mientras que la burguesía sea la clase dominante y posea los medios de
producción, no habrá salida para el arte. "El
problema radica en el hecho de que las ruedas no pertenecen a la comunidad”,
dijo Brecht. “Los medios de producción no
son aun propiedad de aquellos que producen, de modo que el trabajo tiene la
característica de ser auténtica mercadería sujeta a las leyes del mercado -no
se puede fabricar sin los medios de producción (sus engranajes)…"
Para rosa Luxemburgo “el proletariado, no posee nada, no puede, en su marcha hacia adelante,
crear una nueva cultura y preservarla al mismo tiempo en los marcos de la
sociedad burguesa. Todo lo que puede hacer hoy es proteger la cultura de la
burguesía contra el vandalismo de la reacción burguesa” (1903).
El proletariado no tendrá tiempo de construir su
propia cultura al derrotar la sociedad de clases. Pero la revolución rusa en el
poco tiempo que sobrevivió antes de su burocratización stalinista, es un ejemplo
para el mundo entero de cómo la socialización de los medios de producción
pueden servir al pleno desenvolvimiento artístico.
En contraste entre la situación real del arte bajo
el capitalismo y las enormes posibilidades abiertas a ella por el desenvolvimiento
de las capacidades productivas de la sociedad es meramente una instancia de las
contradicciones sociales del período burgués de la historia, de acuerdo a una
expresión de Marx. La situación es tan grave que entre los artistas en
sentimiento general es de frustración porque no ven salida para el arte.
Sin embargo, el materialismo histórico ha
demostrado que el desarrollo de la humanidad, el avance o retroceso siempre
están relacionados. Es con esta concepción dialéctica de la historia que
tenemos que mirar el arte y percibir que la decadencia de la creación artística
de hoy es inseparable del desarrollo de la sociedad burguesa. Esta interpuso un
verdadero abismo entre el trabajo manual y el intelectual y calificó todo
trabajo intelectual y artístico como algo superior. Pero esos trabajos
“superiores” también se convierten en mercaderías, perdiendo su verdadera aura,
como dijo Walter Benjamin.
Desde sus inicios el capitalismo atribuyó un
trabajo puramente comercial al trabajo de los artistas, de los científicos, de
los escritores. Para Marx ese “desprecio” con el que la sociedad burguesa trata
al arte se convierte en un poderoso factor revolucionario. “el nihilismo del modo burgués de producción es al mismo tiempo su
mayor mérito histórico. Todo lo que es sagrado es profanado y los hombres al
fin se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y
sus relaciones recíprocas. Es necesario y progresivo destruir ilusiones y
arrancar de raíz los vínculos que unen al hombre a las antiguas formas
sociales. Esa es una condición necesaria para el establecimiento de una cultura
humana verdaderamente universal”
Trotsky veía el arte
como espejo de la realidad. El arte que tenemos hoy como dominante es el
arte hecho a imagen y semejanza del capital y es usada por la burguesía para
encubrir la verdadera realidad en que viven millones de trabajadores y
campesinos, millones de personas marginalizadas y oprimidas en el mundo entero.Pero
Trotsky también dice que el arte puede ser, además de un espejo, el martillo
que ayudará a transformar esa realidad. Y, como un martillo, reflejará la
necesidad del hombre que quiere su emancipación, reflejará la angustia del
pueblo que lucha para liberarse de la explotación, de la miseria y de la
alienación.
Por
eso, la cuestión del futuro del arte no es una cuestión abstracta, por el
contrario es un problema de la clase trabajadora, incluyendo a los artistas y todos
los trabajadores de la cultura que precisan unirse no solo en una lucha
económica y política, sino también en defensa de la cultura. Es
defender la cultura y antes que nada combatir el imperialismo, destruir la
sociedad burguesa y construir el socialismo para terminar con la disparidad
entre el desarrollo social y el desarrollo artístico, abriendo los horizontes
para el florecimiento amplio de un arte verdaderamente libre y humano.
Cecilia
Toledo
Revista Marxismo Vivo
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